miércoles, 26 de febrero de 2014

LA METAMORFOSIS



LA METAMORFOSIS - Franz Kafka

"La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente"
Carmen Martín Gaite

Son muchos los que conocen uno de los comienzos narrativos más populares de nuestra historia:

"Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto."

Son las primeras palabras de La Metamorfosis, un breve relato sobre la repugnante transformación de Gregor Samsa, un comerciante de viajes que con su trabajo y esfuerzo ha mantenido a sus padres y a su hermana hasta que ocurre un suceso inesperado. Así pues, Samsa es un personaje ordinario que vive en un mundo ordinario y que un día es llamado a un gran cambio. De nuevo, un guión que sigue una estructura arquetípica del Viaje del Héroe. La cuestión aquí es averiguar cuál es el aprendizaje real que ofrece esta lectura metafísica.

De hecho, para algunos críticos, esta transformación simboliza el efecto del egoísmo ajeno cuando éste nos golpea con fuerza en momentos de extrema vulnerabilidad. En este sentido, podemos encontrar una extraordinaria coincidencia en La muerte de Ivan Ilitxk, de Lev Tolstoi. En ambas novelas el protagonista es abandonado por los suyos en el momento más crucial de su existencia. En el caso de la obra maestra de Tolstoi, es la mujer de Ivan Ilitx la que ve a su marido como un lastre, y por ello pone todo su empeño en la planificación de su viudez. En el caso de Gregor Samsa, es su familia la que no logra adaptarse al caos, y comienza a valorar la opción de dejarle morir. La diferencia está en que en la obra de Kafka no hay consuelo posible, del mismo modo en que tampoco lo había en 1984; mientras que en La muerte de Ivan Ilitx existe el personaje de Gerasim, el criado que representa el amor más poderoso: la compasión incondicional. Llegados a este punto, es interesante observar como la guerra interna de un escritor suele quedar plasmada a fuego en su obra. Ya lo vimos en 1984, dónde la grave enfermedad que azotaba a Orwell, le impidió proyectar un haz de esperanza en su narración; y también lo vemos en La Metamorfosis.

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El ser moribundo que produce asco y repugnancia en el Otro es un Leimotiv que ha sido tratado repetidamente a lo largo de la historia de la literatura. Ya en la Biblia, la figura del leproso aparece como un elemento de rechazo profundo.

Sin embargo, lo más curioso de esta novela del escritor oriundo de Praga es que la analogía que utiliza para representar esta transformación decadente es claramente hiperbólica; propia de una esquizofrenia paranoide en la que el sujeto presenta claras alucinaciones somáticas. No es menos curioso el modo en como Kafka elige la opción de transformar a su personaje, probablemente autobiográfico, en un repugnante insecto. Esta figura metafórica le permite evocar en el lector una sensación de repugnancia hacia si mismo, a la vez que enseña el asco que los demás sienten hacia él, hacia su propio abandono. Kafka consigue uno de los grandes retos del escritor: provocar emoción en el lector. En este caso concreto, se trata de producir asco y repugnancia. Y lo consigue con creces.

No sabemos que llevó exactamente a Kafka a escribir semejante relato autodestructivo. En mi opinión tampoco es un relato de moraleja sencilla. Lo que si es cierto es que probablemente, el amigo Franz, desconocía por completo la existencia de herramientas sanadoras como lo son la escucha activa, la ayuda terapéutica, o el Coaching Generativo. Hubiese sido un placer poder crear un espacio de trabajo con el talentoso escritor para indagar sobre sus profundas heridas identitarias y conocer los orígenes de ese abandono degenerativo que plasmó sobre si mismo; quién sabe si por ser judío, con lo que eso conlleva en nuestra, aún, sociedad racista.

Volveremos a trabajar con Kafka más adelante, en sus novelas El Castillo y El Proceso, para indagar un poco más en su visión compleja y metafórica del mundo que lo rodeaba. Y hablaremos de como sostener la desesperanza, elemento recurrente en los últimos libros que hemos analizado en el blog.

lunes, 24 de febrero de 2014

1984

1984 - George Orwell


"Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo"
Franz Grillparzer

El 8 de junio de 1949, George Orwell publicaba 1984, la que para muchos es su obra maestra (con el permiso de Rebelión en la Granja). El escritor y periodista británico inició la redacción de esta ficción distópica en 1947, cuando las atrocidades acaecidas durante la Segunda Guerra Mundial estaban muy a flor de piel; presentes. De hecho, los Juicios de Núrenberg, que se habían celebrado entre el 20 de noviembre de 1945 i el 16 de agosto de 1946, fueron proyectados internacionalmente como un gran evento, un escarmiento memorable. Allí se escarbó sin tapujos y se dieron a conocer los sádicos detalles que el Partido Nazi había llevado a cabo desde 1939 hasta su derrota en 1945.

Es interesante que George Orwell redactase esta obra estando muy enfermo. Enfermo hasta el punto que en enero de 1950, pocos meses después de la publicación de 1984, el escritor moría de tuberculosis en un frío hospital de Londres. Isaac Asimov comentó en cierta ocasión que "el conocimiento que tenía de que su muerte era inminente pudo haber influido en el tono encarnizado del libro". Y quiero quedarme con esta idea antes de adentrarme en el análisis de la obra.



La primera impresión al acabar la lectura es que 1984 me ha dejado desolado. Es un relato duro y desesperanzador. Si al menos fuese mera ficción, pero lamentablemente, esta obra de carácter futurista, nos resuena como real, como posible. El mismo George Orwell decía lo siguiente sobre su libro:

"Yo no creo que el género de sociedad que describo vaya a suceder forzosamente, pero lo que sí creo es que puede ocurrir algo parecido."

En cierto modo, ya está ocurriendo algo parecido en nuestra sociedad. Vivimos aletargados por un panem et circenses astutamente diseñado por una oligarquía que entiende el poder "como un fin en si mismo y no como un medio." Los medios de comunicación actúan en realidad como medios de distorsión al servicio del dinero. Pero a estas alturas de la partida, no voy a ser yo quien descubra el entramado subyacente. 



El personaje de Winston somos todos y cada uno de nosotros. Winston representa la duda, el instinto que grita que existe una realidad mejor, el anhelo por la libertad. Winston es el protagonista sodomizado, vejado y alienado; es el alma inhibida, a quien se le ha prohibido cumplir con su sentido en la vida. Lamentablemente, Viktor Frankl y George Orwell nunca se llegaron a conocer y quizás eso fue determinante para el desenlace de la obra.

Es evidente que Orwell nos dejó material suficiente como para hacer un blog sólo dedicado a esta obra, y a pesar del interés que despierta en mí, yo soy un promiscuo de la literatura y no puedo casarme con nadie, tampoco con 1984. Sin embargo, hay un fragmento que he querido rescatar de mi lectura, antes de que lo que tengo que decir caiga por el "agujero de la memoria."


"Julia reflexionó sobre ello:
-A eso no pueden obligarte - dijo al cabo de un rato- Es lo único que no pueden hacer. Pueden forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer. Dentro de ti no pueden entrar nunca." 

-Eso es verdad- dijo Winston con un poco más de esperanza-. No pueden penetrar en nuestra alma. Si podemos sentir que merece la pena seguir siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos derrotado."

Lamento que el autor se sintiese demasiado desolado como para creer en esta idea. Su ingenio le llevo a encontrar el modo narrativo de negar a sus personajes la posibilidad de seguir siendo libres en espíritu. Sin embargo, yo quiero quedarme con este instante crucial.

Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido narró apasionadamente su propio infierno en un campo de concentración. Paradójicamente, su visión es distinta, y su voz nunca llegó a perder la fe, puesto que mientras existe sentido, el sufrimiento no desemboca en desesperanza.

En la vida, todos libramos guerras, ello forma parte de nuestro propio Viaje del Héroe. Sin embargo, siempre existe una salida, aunque no la conozcamos. Confiar en el sentido que la vida nos depara como decía Frankl, y mantener siempre el canal abierto, como pedía Marta Graham, son nuestras dos únicas opciones, cuando la humanidad es sólo ceniza.

Sigamos leyendo.



sábado, 22 de febrero de 2014

EL VIEJO Y EL MAR

 EL VIEJO Y EL MAR - Ernest Hemingway

"La lectura hace al hombre completo; la conversación, ágil, y el escribir, preciso"
Sir Francis Bacon

En 1953, Ernest Hemingway aceptaba los 35.000 dólares correspondientes al premio Nóbel de Literatura. Y digo aceptaba y no recogía, puesto que jamás llegó a ir a Estocolmo. Algunos críticos creen que no quería que le recordaran vestido de pingüino. Él, en cambio, se justificó alegando que había tenido dos accidentes de avión en África. Quizás fueran ambas cosas, o quizás ninguna, pero de lo que no queda ninguna duda es que el escritor estadounidense tenía una personalidad arrolladora, la que se le presupone a un genio.

A pesar de que hubo disparidad de opiniones entre el jurado, que incluso llegó a valorar dejar desierto el premio ese año, finalmente, el Best Seller que el escritor y periodista nacido en Oak Park (Illinois) había publicado un año antes, colmó el vaso de sus méritos para hacerse con el premio. Méritos que ya había cosechado anteriormente con obras excepcionales como ¿Por quién doblan las campanas? o Fiesta.


Así pues, El viejo y el Mar supuso el cénit del reconocimiento para Ernest Hemingway. Ésta obra también le llevo a ganar el premio Pullitzer de 1953. Sin embargo, ¿está la obra a la altura de su reconocimiento?

Personalmente, inicié la lectura de esta escueta historia con unas expectativas y una emoción sin precedentes. El libro tiene una doble lectura. Por un lado, la historia de Santiago, un pescador cubano,  en plena senectud, que se lanza al mar por enésima vez. Por otro lado, un debate filosófico subyacente sobre la existencia, sobre el sentido de la vida y de la muerte. Hemingway consigue apuñalarnos el plexo solar con un relato potente que genera ponderadamente emoción brotando a borbotones a través de las palabras. El estilo narrativo es sencillo y digerible, con esa falsa simplicidad que tanto dominaba Becker. Además, las descripciones que intercala con el diálogo interior del viejo, son fértiles en vocabulario y léxico.

Esta lectura me recordó de algún modo a Platero y yo, del también premio Nóbel de Literatura, Juan Ramón Jiménez, por la ternura con la que está escrito; por el modo en como la historia consigue emocionarnos, sin permitirnos entrar en esa barca. Resulta contradictorio puesto que Hemingway nos deja entrar hasta lo más profundo de la mente de Santiago, a través del contenido dialogado de su guerra interna, pero, sin embargo, el narrador no nos deja compartir su barca. Santiago está sólo en el mar, su única compañía es ese enorme pez que se ha propuesto luchar hasta el fin. Y es que sólo a través de la soledad, el viejo y el mar, tiene sentido como la obra maestra que es.  




El viejo y el mar es sobretodo un relato humano, una historia de amor ,al fin y al cabo; de amor  a la vida, amor a cada una de las partes de nuestro cuerpo, amor al "chico", amor al mar, amor al pez.
Permíteme que deje una pregunta en el aire ¿Dónde acaba el viejo y dónde empieza el pez?